En ocasiones, cuando nos perdemos en el miedo y la desesperación, en la rutina, en la constancia, en la desilusión y la tragedia, habría que dar gracias a dios por las galletas glaseadas de Bavaria y, afortunadamente, incluso cuando no hay galletas, aún nos puede reconfortar la caricia de una mano conocida acariciándonos, o un gesto amable cariñoso, o un apoyo sutil para respirar la vida, o un abrazo tierno o unas palabras de consuelo, y no olvidemos las camillas de hospital y los tapones para la nariz, y la repostería que sobra y los secretos susurrados y las Fender Stratocaster y tal vez alguna que otra novela y hay que tener en cuenta que todas estas cosas, los matices, las anomalías, las sutilezas que creemos que no son más que complementos en nuestras vidas, de hecho estan presentes por una causa mucho mayor y más noble, estan para salvarnos la vida. Sé que la idea resulta extraña, pero también sé que es la pura verdad.
Más extraño que la ficción.
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